Las veinticuatro horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo
Las 24 Horas de la Amarga Pasión de Nuestro Señor Jesucristo por Luisa Piccarreta, la Pequeña Hija de la Divina Voluntad
† Hora decimoctava
De 10 a 11 de la mañana †
Jesús Toma la Cruz sobre Su Hombro. Camina hacia el Calvario. Jesús Cae Bajo la Cruz y Es Despojado de Sus Vestiduras
Preparación antes de cada Hora
Jesús mío, ¡amor infinito! Veo que no Te permites ningún descanso, y siento Tu ansia de amor y Tu dolor. Tu corazón late con fuerza, y con cada latido percibo su sufrimiento, la ferocidad y los arrebatos de su amor. Como no puedes contener el fuego que Te consume, se convierte en un tormento para Ti. Suspiras, y con cada suspiro oigo la palabra " cruz" que sale de tus labios. Y " cruz " repite cada gota de Tu sangre , "cruz" pronuncian todos Tus sufrimientos, en los que Te sumerges como en un mar sin orillas. Ahora clamas: "Oh Cruz amada y anhelada, sólo tú salvarás a Mis hijos, en ti uno todo Mi amor".
Jesús es coronado de espinas por segunda vez
Mientras tanto, Tus verdugos Te permiten volver al tribunal y quitarte la túnica púrpura para volver a ponerte la ropa. Pero ¡qué dolor! Morir sería para mí más dulce que verte sufrir tan horriblemente. El manto se engancha en la corona de espinas y se clava. Con una crueldad inaudita te arrancan ahora tanto la corona como el manto. En este acto cruel, muchas espinas se rompen y quedan clavadas en Tu cabeza.
La sangre gotea y Tu dolor es tan intenso que suspiras. Pero a los esbirros no les importa Tu agonía. Te ponen la ropa, colocan de nuevo la corona sobre Tu cabeza y la aprietan con tanta fuerza que las espinas vuelven a penetrar en Tus ojos y oídos. No hubo parte de Tu cabeza que no sintiera los aguijonazos de las espinas. Bajo estas manos despiadadas Te tambaleas y tiemblas desde la cabeza hasta los pies, sí, Tu agonía Te acerca a la muerte. Me miras con una mirada apagada en Tus ojos llenos de sangre y pides ayuda en este pesado sufrimiento.
Jesús mío, Rey de los dolores!¹ Permíteme sostenerte y dejarte descansar en mi corazón. Cómo me gustaría robarte el fuego del amor que Te consume para reducir a cenizas a Tus enemigos y liberarte. Pero Tú no quieres, porque Tu anhelo de cruz es cada vez más ardiente y quieres sacrificarte en ella inmediatamente, incluso por Tus verdugos. Mientras Tú descansas ahora sobre mi corazón, me hablas:
"Hija mía, deja que fluya Mi amor y expía Conmigo a los que hacen el bien pero Me deshonran. Los judíos volvieron a vestirme sólo para desacreditarme aún más entre el pueblo y convencerlo de que soy verdaderamente un transgresor. Aparentemente, esta vestimenta era una buena acción, pero en intención y en sí misma era mala. Oh, cuántos realizan buenas acciones, administran o reciben los santos sacramentos, pero con intenciones humanas, a veces incluso malvadas. Pero el bien que se hace con mala intención conduce a la dureza de corazón. Por eso quiero ser coronada por segunda vez con un dolor aún mayor que el de la primera vez,² para ablandar la dureza del corazón de las personas y atraerlas hacia Mí con Mis espinas. ¡Hija mía! Esta segunda coronación es mucho más dolorosa para Mí. Me parece como si Mi cabeza estuviera enterrada en espinas. Con cada movimiento que hago y con cada empujón que Me dan, tengo que sufrir crueles agonías de muerte. De este modo quiero expiar la maldad que hay en cada insulto a Dios; expiar a aquellos que, sea cual sea el estado de sus almas, en lugar de pensar en su santificación, viven sólo en distracciones, rechazan Mis gracias y Me hacen sentir así espinas aún más crueles. No Me queda más que suspirar, derramar lágrimas de sangre y anhelar su salvación.
Oh, Yo hago todo para amar a la gente, y ellos hacen todo para insultarme. Al menos no Me dejáis solo en Mis sufrimientos y Mis expiaciones".
Jesús carga la Cruz sobre Sus Hombros
¡Mi maltratado Jesús! Yo expío contigo, sufro contigo. Ahora veo que Tus enemigos Te empujan escaleras abajo, donde el pueblo Te espera con rabia y codicia. Los esbirros ya traen la cruz que Tú buscas con tanto anhelo y contemplas con amor. Con pasos decididos Te acercas a ella, la abrazas y la besas. Toda tu humanidad se estremece de alegría. La miras una y otra vez y mides su longitud y su anchura. Ya estás determinando la parte de ella que has dado a todos los hombres, una parte que es suficiente para unirlos a la Divinidad mediante el vínculo del matrimonio místico y hacerlos herederos del reino de los cielos. Ahora ya no puedes contener el amor con que amas a las almas. Por eso besas de nuevo la Cruz mientras hablas:
"¡Cruz deseada! Por fin puedo abrazarte. Eres el deseo de Mi corazón, el martirio de Mi amor. Mucho tiempo has esperado, mientras que Yo siempre he dirigido Mis pasos hacia ti. ¡Santa cruz! Tú eres la meta de Mis deseos, la conclusión de Mi viaje aquí en la tierra. En ti pongo todo Mi ser, en ti a todos Mis hijos. Tú serás su vida, su luz, su defensa, su protección, su fuerza, su apoyo en todo y los conducirás triunfantes al cielo. ¡Oh Cruz, Cátedra de Sabiduría! Sólo Tú enseñarás la verdadera santidad, sólo Tú formarás a los héroes de la virtud, a los mártires, a los santos. Hermosa Cruz, ¡tú eres Mi trono! Puesto que debo partir de la tierra, tú permaneces en Mi lugar. A ti te doy todas las almas como herencia. Consérvalas para Mí, guárdalas para Mí, a ti te las confío".
Mientras hablas así, Jesús mío, permites que la cruz sea colocada sobre Tus hombros. Aún es demasiado ligera para Tu amor, pero a su peso se añade el de nuestra inmensa culpa de pecado, tan lejana y amplia como alcanzan los cielos. Tú, mi bien encorvado bajo su peso, te sientes repelido por tantas ofensas. Tu alma se estremece al verlas, porque Tú tienes que soportar el castigo por cada una de las culpas del pecado. Tu santidad se siente repugnada por su fealdad. Por eso Te tambaleas al tomar la cruz sobre Tus hombros, caes en la tristeza y un sudor mortal corre por Tu cuerpo.
¡Oh, querida mía! No me atrevo a dejarte solo. Por eso quiero compartir contigo la carga de la cruz. Para aliviar la carga de la culpa del pecado, abrazo Tus pies. En nombre de todos los hombres, quiero darte amor por todos los que no Te aman, homenaje por los que Te desprecian, alabanza, acción de gracias y obediencia por todos. Confieso solemnemente que, por cada ofensa que sufras, pretendo ofrecerme enteramente a Ti para reparar, realizar un acto de virtud en oposición a las ofensas y consolarte con mis continuos actos de amor.
Pero como me doy cuenta de que soy demasiado pobre, Te necesito para poder ofrecerte una verdadera expiación. Por eso me uno a Tu humanidad, mis pensamientos a los Tuyos, para hacer lo suficiente por mis malos pensamientos y los de todos los hombres. Uno mis ojos a los Tuyos para expiar las malas miradas, mi boca a la Tuya para expiar las blasfemias y las conversaciones resbaladizas, mi corazón al Tuyo para satisfacer todas las malas intenciones, deseos e inclinaciones. En una palabra: quiero expiar todo aquello por lo que expía Tu santísima humanidad, en unión con Tu amor ilimitado por todos los hijos de los hombres y todo el bien que les haces en medida ilimitada.
Pero también quiero unirme a Tu divinidad, hundir esta nada mía en su abismo y así dártelo todo a Ti. Te doy Tu amor para endulzar Tu amargura, Te doy Tu corazón para eximirte de toda responsabilidad por la frialdad, la ingratitud y el poco amor de los hombres, así como por el hecho de que no sigan Tus impulsos. Te doy las armonías eternas que yacen en Tu divinidad para que Te sientas bien por tener que escuchar maldiciones e imprecaciones que hacen temblar el aire. Te doy Tu belleza para desviar Tu mirada de la fealdad de nuestras almas cuando están manchadas por la culpa del pecado, Tu pureza como sustituto de la falta de buena opinión, de la suciedad y la podredumbre que ves en tantas almas. También Te regalo Tu inmensidad, para consolarte de la incomprensión con que las almas se constriñen voluntariamente para no darte espacio. Te regalo el resplandor de Tu corazón para que consuma todos los pecados y encienda todos los corazones para que todos Te amen y nadie Te ofenda. En resumen: Te doy todo lo que eres para ofrecerte una satisfacción infinita y un amor eterno, inconmensurable, infinito.
¡Mi pacientísimo Jesús! Te veo dar los primeros pasos bajo el inmenso peso de la Cruz. Uno mis pasos a los Tuyos. Cuando Tú, débil y exhausto, estés a punto de caer, yo estaré a Tu lado, te levantaré y pondré mis hombros bajo la cruz para compartir su carga Contigo. ¡Oh, no me desprecies, acéptame como compañera fiel! Jesús, Tú me miras y me doy cuenta de que Tú expías a los que no llevan su cruz con entrega, sino con maldiciones y arrebatos de ira, que se quitan la vida o asesinan a otros.
Jesús cae bajo la cruz por primera vez
Y Tú suplicas a todos que amen y se rindan a la cruz que pesa sobre ellos. Tu dolor es tan grande que Te sientes aplastado bajo el peso de la cruz. Apenas has dado los primeros pasos, caes al suelo y tropiezas con las piedras. Las espinas se clavan aún más en Tu cabeza, todas Tus heridas se desgarran y sangran de nuevo. Como no tienes fuerzas para levantarte, los feroces esbirros intentan ponerte en pie con patadas y puñetazos. ¡Amor mío tendido en el suelo! Déjame ayudarte a levantarte, para que pueda secar Tu sangre y expiar contigo a los que pecan por ignorancia, fragilidad y debilidad. Te pido que concedas a estas almas la ayuda de Tu gracia para que puedan levantarse de su caída.
Jesús se reúne con Su Madre
Jesús mío, ahora los esbirros han conseguido ponerte en pie. Mientras Te tambaleas, puedo oír Tu respiración jadeante. Tu corazón late violentamente y nuevos dolores lo atraviesan. Mueves la cabeza para quitarte la sangre de los ojos y miras a tu alrededor con miedo. Oh, lo he comprendido todo. Tu madre, que ha ido en Tu busca como una palomita que se lamenta, quiere decirte una última palabra, recibir Tu última mirada. Y Tú sientes Su pena, sientes Su corazón, desgarrado por el dolor, en el Tuyo, golpeado y herido por Ella y por Tu amor. Ya puedes verla abriéndose paso entre la multitud para verte a toda costa, para abrazarte y darte el último adiós. Pero el dolor ata Tus pasos cuando la ves, pálida como la muerte, con todos Tus sufrimientos reproducidos en Ella por la fuerza del amor. Si aún sigue viva, es un milagro de Tu omnipotencia. Vas a Su encuentro, pero apenas se te permite intercambiar miradas. ¡Oh dolor desgarrador! Los soldados se dan cuenta de Tu intención. A empujones, impiden que madre e hijo se encuentren para despedirse.
Jesús cae por segunda vez bajo la Cruz
La tristeza de ambas partes ante esta crueldad es tan grande que Tu madre se queda petrificada y amenaza con sucumbir a la fuerza de su dolor. Sin embargo, el fiel discípulo Juan y las piadosas mujeres permanecen junto a Ella mientras Tú caes una vez más bajo la cruz. Entonces Tu dolorida Madre hace en espíritu lo que no puede hacer en realidad porque se lo impiden. Hace suya la voluntad del Eterno, participa en todos Tus sufrimientos y cumple todos los deberes de una madre. Ella Te acaricia, Te fortalece, trata de calmar Tu dolor y derrama el bálsamo de Su doloroso amor en Tus heridas.
Me uno a Tu dolorida madre, hago míos todos Tus sufrimientos, quiero representar el lugar de Tu madre con cada gota de sangre que derramas, con cada herida que te hiere. En unión contigo y con Tu Madre, quiero expiar todos los encuentros pecaminosos y también a las personas que no evitan las ocasiones de pecar o, si no pueden evitarlas, sucumben a las tentaciones del pecado.
Al caer por segunda vez bajo la cruz, Tú prorrumpiste en suspiros. Aunque los soldados temen que mueras bajo el peso de tantas torturas y a consecuencia de la excesiva pérdida de sangre, después de muchos esfuerzos consiguen ponerte en pie a golpes y patadas. Así expías las repetidas recaídas en el pecado, expías los graves pecados cometidos por todas las clases de la humanidad, intercedes por los pecadores obstinados y lloras lágrimas de sangre para obtener su conversión.
La herida del hombro de Jesús
¡Mi doloroso amor! Mientras Te sigo en Tus actos de expiación, me doy cuenta de que no podrás soportar la pesada carga de la cruz durante mucho más tiempo. Toda Tu forma tiembla ya. Las espinas penetran cada vez más profundamente en Tu cabeza con los constantes golpes y empujones que Te dan. La cruz se clava en Tu hombro a causa de su peso, formando una herida tan profunda que Tus huesos yacen desnudos, y a cada paso me parece verte morir en lugar de seguir adelante. Sólo Tu amor, que todo lo puede, Te da fuerza. A través de la sagrada herida de Tu hombro expías los pecados ocultos que, al no ser satisfechos, sólo aumentan la amargura de Tu agonía. Jesús mío, permíteme poner mi hombro bajo la cruz para darte alivio y ofrecerte satisfacción por todos los pecados secretos.
Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la cruz
Temiendo que sucumbieras a la carga de la cruz, los esbirros obligan a Simón de Cirene a llevar la cruz por Ti. No de buen grado ni por amor, sino forzado y refunfuñando, te ayuda. En Tu corazón oyes el eco de todas las quejas de los que sufren con falta de sumisión, con ira, rebeldía y desprecio por el sufrimiento. Pero lo que más hiere Tu corazón es la percepción de que incluso las almas consagradas a Dios, a las que llamas como compañeras y consoladoras en Tu dolor, huyen de Ti. Cuando las atraes hacia Ti a través del sufrimiento, se escabullen de Tus brazos, buscan los placeres terrenales y Te abandonan para sufrir solas.
¡Jesús mío! Mientras expío Contigo, Te pido que me estreches entre Tus brazos, tan firmemente que no haya ninguno de Tus sufrimientos en el que yo no participe también, y que a través de ellos me transforme en Ti, para darte consuelo por el hecho de que tantas almas Te abandonan.
Verónica entrega a Jesús el pañuelo
¡Jesús mío dolorido! Te tambaleas con dificultad, encorvado. De repente veo que Te quedas inmóvil y miras a Tu alrededor. ¿Qué es? Oh, es Verónica, que está secando valerosa e intrépidamente Tu rostro cubierto de sangre, y Tú lo estás enjugando con un pañuelo en señal de Tu complacencia. Mi magnánimo Jesús, yo también quiero secarte, pero no con un paño, sino ofrecerme a Ti, elevarte, entrar en Tu interior y darte latido tras latido, aliento tras aliento, inclinación tras inclinación, deseo tras deseo. Quiero entrar en Tu mente, hundir todos estos latidos, respiraciones, inclinaciones y deseos en la inmensidad de Tu voluntad y multiplicar estos actos hasta el infinito. Quiero formar un mar de todos los latidos humanos, para que ninguno encuentre eco en Tu corazón que no haya sido hecho por amor a Ti, y aliviar así toda la amargura de Tu sufrimiento interior. Quiero formar un mar de todas las inclinaciones y deseos humanos para alejar todas las inclinaciones y deseos malignos que puedan afligir Tu corazón en lo más mínimo. También quiero formar un mar de todo aliento humano y de todo pensamiento, con el fin de alejar todo aliento y todo pensamiento que pudiera desagradarte en lo más mínimo.³ Velaré bien, Jesús mío, para que ya nada pueda engañarte y para que no se añadan otros a Tus sufrimientos interiores. Jesús mío, haz que todo mi ser interior se sumerja en la inmensidad de Tu Ser divino. Así encontraré suficiente amor y fuerte voluntad para que no penetre en mi interior ningún amor o voluntad pecaminosos que puedan desagradarte.
Jesús mío, para estar segura de mí misma, Te pido que selles mis pensamientos, mi voluntad, mis deseos y mis inclinaciones con Tus pensamientos, Tu voluntad, Tus deseos y Tus inclinaciones, para que de este modo sólo sean vivificados por Ti. Jesús mío, me sumerjo en la inmensidad de Tu Voluntad. Haciéndola mía, quiero dar satisfacción a todos los hombres y sellar todas las almas en la omnipotencia de Tu Voluntad. Jesús, ahora sólo queda mi sangre. También quiero derramarla como bálsamo calmante para Tus heridas, para que puedas recobrar Tus fuerzas y recuperarte de todos Tus sufrimientos. También quiero dejar que todos mis pensamientos se deslicen en el corazón de cada pecador para que pueda reprenderle sin cesar si se atreve a ofenderte. Además, Te ruego con la voz de Tu sangre que todas las almas se rindan al poder de mis miserables oraciones. Entonces podré llevarlas todas a Tu corazón. Otra gracia más te pido, Jesús mío. En todo lo que vea, toque y sienta, haz que siempre Te vea, Te toque, Te sienta. Que Tu santísima imagen y Tu santísimo nombre queden impresos en cada átomo de mi miserable ser.
Mientras tanto, Tus enemigos, que han mirado con malos ojos el acto conmovedor de la Verónica, te golpean de nuevo y Te expulsan de Tu camino.
Jesús consuela a las lloronas
Tras unos pasos, Te detienes de nuevo. Aunque Tu sufrimiento pesa sobre Ti, Tu amor no se detiene. Cuando ves a las piadosas mujeres llorando por Ti y por Tu sufrimiento, Te olvidas de Ti mismo y las consuelas con las palabras:
"¡Hijas de Jerusalén, no lloréis por Mí, sino llorad por vosotras y por vuestros hijos!".
¡Qué sublime enseñanza, oh Jesús mío, y qué suave es Tu palabra! Contigo expío la falta de amor. Por eso Te pido la gracia de olvidarme completamente de mí mismo, para no recordar nada más que a Ti solo.
Jesús cae por tercera vez bajo la Cruz
Cuando Tus enemigos Te oyen hablar, se enfurecen. Te tiran de las cuerdas de un lado a otro y Te empujan hacia delante con tanta prisa que vuelves a caer al suelo y te golpeas las rodillas contra las piedras. El peso de la cruz se convierte en una tortura para Ti. Es como si estuvieras a punto de morir. Tu rostro toca el suelo y Tu boca está roja de sangre. Oh, déjame levantarte y lavar Tu rostro con mis propias manos. Pero Tus enemigos quieren ponerte en pie, tirarte de las cuerdas y de los cabellos y darte patadas, pero es en vano. Qué agonía, Jesús mío, mi corazón se rompe de dolor. Ahora los esbirros Te arrastran al Calvario. Camino de allí, expías los pecados de las almas a Ti consagradas. Pesan mucho sobre Ti. Por más que intentas caminar erguido, no lo consigues. Pateado y arrastrado, llegas finalmente al Calvario, dejando huellas de Tu preciosa sangre por todas partes.
Jesús es Despojado de Sus Vestiduras y Coronado de Espinas por Tercera Vez
Allí te esperan nuevos tormentos. Los soldados Te despojan de nuevo, arrancan Tus vestidos de Tu cuerpo y la corona de Tu cabeza. Oh, suspiras ante este duro trato. Pues junto con la corona arrancan también las espinas y con Tus vestidos arrancan trozos de Tu carne dolorida que estaba pegada. Las heridas vuelven a abrirse, la sangre gotea hasta el suelo, y Tu agonía es tan grande que pareces más muerta que viva.
Pero nadie se compadece, ¡mi mayor bien! Al contrario, con furia animal, colocan de nuevo la corona sobre Tu cabeza y la aplastan a golpes. La agonía que sientes es tan terrible que sólo los ángeles podrían decir lo que estás sufriendo. Estremecidos, apartan de Ti la mirada, "lloran los ángeles de la paz" (Sal 33,7).
¡Mi Jesús vestido de túnica! Déjame calentarte, pues veo que tiemblas y un sudor frío cubre Tu cuerpo. Con cuánto gusto daría mi vida y mi sangre para reemplazar la Tuya, que Tú derramaste para darnos la vida a todos.
Ahora me miras con ojos apagados, medio apagados. Siento como si Tú me hablaras:
"Hija mía, ¡cuánto Me cuestan las almas! Aquí está el lugar donde las espero a todas para salvarlas; donde quiero expiar los pecados de los que se humillan bajo la bestia y están tan obstinadamente entregados a sus pecados que ya no pueden vivir si no Me ofenden. Su razón está cegada y pecan como locos. Cuando rasgan las vestiduras de Mi cuerpo, Yo expío a los que llevan vestiduras espléndidas y ropas desvergonzadas, expío los pecados contra la castidad y a los que están tan apegados a la riqueza, al honor y al placer que hacen de ellos el dios de sus corazones.
Oh ciertamente, cada una de estas ofensas Me hace sentir la muerte. Si no muero, es porque la voluntad del Padre Eterno aún no ha determinado por ahora el momento de Mi muerte".
Mi expuesto Jesús, mientras hago reparación Contigo, Te pido que me despojes de todas las inclinaciones terrenales y que no permitas que entre en mi corazón ni una sola inclinación pecaminosa. Vigílalo, rodéalo con Tus sufrimientos como con una valla y llénalo de Tu amor. Que mi vida no sea otra cosa que la repetición de Tu vida. Así que afirma con Tu bendición mi despojo, bendíceme con todo Tu corazón y dame la fuerza para presenciar Tu dolorosa crucifixión, para que siempre esté unido a la cruz contigo.
Reflexiones y Prácticas
por San P. Annibale Di Francia
Jesús carga con la Cruz. El Amor de Jesús por la Cruz, Su ansioso Ardor por morir en Ella por la salvación de las almas, ¡son inmensos! Y nosotros, ¿amamos el sufrimiento como Jesús? ¿Podemos decir que nuestros latidos hacen eco de Sus Divinos Latidos, y que nosotros también pedimos nuestra cruz?
Cuando sufrimos, ¿tenemos la intención de convertirnos en compañeros de Jesús para aliviarle del peso de Su Cruz? ¿Cómo le acompañamos? Mientras Él recibe
insultos, ¿estamos siempre dispuestos a darle nuestro pequeño sufrimiento como alivio para Sus dolores?
Al trabajar, al rezar, y cuando sentimos la dureza de nuestro sufrimiento bajo el peso de las penas interiores, ¿dejamos volar hacia Jesús nuestro dolor, que, como un velo, puede secar Su sudor y alegrarle, haciendo nuestras Sus penas?
Todos: Oh Jesús mío, llámame siempre para que esté cerca de Ti, y permanece siempre junto a mí, para que pueda consolarte siempre con mis dolores.
¹ Isaías 53:2 describe el sufrimiento del Salvador con palabras desgarradoras: "No tiene forma ni belleza; no hay forma, y no le deseamos, el despreciado, el más pequeño de los hombres, el hombre de dolores, el hombre de debilidad, su rostro velado por la vergüenza".
² Con la retirada del manto púrpura, los esbirros, como se ha dicho, arrancaron también la corona de espinas de la cabeza de Jesús, pero más tarde volvieron a ponérsela a su víctima con un dolor aún mayor.
³ La vidente quiere recoger todo lo imperfecto, todo lo pecaminoso, como en un mar, para contenerlo, igual que el mar contiene sus aguas, para que el mal no pueda alcanzar ya a Jesús.
Sacrificio y acción de gracias
Oraciones, Consagraciones y Exorcismos
La Reina de la Oración: El Santo Rosario 🌹
Oraciones diversas, Consagraciones y Exorcismos
Oraciones de Jesús Buen Pastor a Enoc
Oraciones para la Preparación Divina de los Corazones
Oraciones de la Sagrada Familia Refugio
Oraciones de otras Revelaciones
Oraciones de Nuestra Señora de Jacarei
Devoción al castísimo Corazón de San José
Oraciones para unirse al Amor Santo
La Llama de Amor del Inmaculado Corazón de María
El texto de este sitio web se ha traducido automáticamente. Por favor, disculpa cualquier error y consulta la traducción al inglés.