Mensajes a Edson Glauber en Itapiranga AM, Brasil
lunes, 17 de agosto de 2009
Mensaje de Nuestra Señora Reina de la Paz a Edson Glauber en Jerusalén, Israel

¡La paz esté contigo!
Queridos hijos, vengo del cielo trayendo en mis brazos la paz de sus vidas y la paz de toda la humanidad.
Aquí está mi Divino Hijo Jesús. Él es el Príncipe de la Paz. Su amor es muy grande, mis hijos. Permitan que mi Hijo sane sus corazones y almas con su amor. Hijitos, les pregunto: ¿aman a mi Hijo? ¿aman a mi Hijo profundamente? No pequen más. No lo ofendan más. Ámense unos a otros y difundan su amor a sus hermanos.
Deseo tomar sus corazones en mis manos, para poder colocarlos dentro del Corazón de mi Divino Hijo. Oren, oren el rosario por el mundo y por la paz. Ofrezcan sus oraciones al Todopoderoso, rogándole por la paz para ustedes y para toda la humanidad.
Tengan fe. Tengan fe. Tengan fe. Quien cree puede hacer grandes cosas en nombre de Dios, así como los apóstoles de mi Hijo lo hicieron.
Yo, su Madre, en nombre de mi Hijo, los envío a llevar su amor a sus familias y a todos los lugares que necesiten su gracia y luz. ¡Coraje! Sean testigos de las maravillas y gracias de Dios a todos los que necesiten su amor. Estoy con ustedes y
los bendigo: en nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¡Amén!
Antes de irse, Nuestra Señora dijo algo muy importante:
Quien ama ya experimenta el Paraíso en este mundo, porque en el cielo uno vive solo por amor. ¡Quien no ama nunca será feliz!
_______________________________________________________________________
Esto revela la cara auténtica y original del mandamiento del amor y la perfección, a la que se dirige: es una posibilidad abierta al hombre exclusivamente por la gracia, por el don de Dios, por su amor. Por otro lado, precisamente la conciencia de haber recibido el don, de poseer en Jesucristo el amor de Dios, genera y sostiene la respuesta responsable de un amor total por Dios y entre hermanos y hermanas, como el apóstol Juan nos recuerda insistentemente en su primera Carta: "Amados, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios y todo el que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor (...) Amados, si Dios así nos ha amado, también nosotros debemos amarnos unos a otros (...) Lo amamos, porque él nos amó primero" (1Jn 4:7-
8.11.19).
Esta conexión indivisible entre la gracia del Señor y la libertad del hombre, entre don y deber, fue expresada en términos simples y profundos por San Agustín cuando oró así, "Da quod iubes et iube quod vis" (da lo que mandas y manda lo que quieras).
El don no disminuye, sino que refuerza la exigencia moral del amor: "Su mandamiento es este, que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y nos amemos unos a otros, como él nos mandó (1 Jn 3:23). Uno puede "permanecer" en el amor solo con la condición de que guarde los mandamientos, como Jesús dice: "Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor" (Jn 15:10). (Encíclicas de Juan Pablo II, Veritatis Splendor, 24, p.771-772 - St. Paul: Paulus, 1997)
Orígenes:
El texto de este sitio web se ha traducido automáticamente. Por favor, disculpa cualquier error y consulta la traducción al inglés.